Cuando nos sentimos mal, una buena herramienta para levantar es valorarte. El arte de valorar lo que hicimos y hacemos. Acordarnos de las buenas actitudes, intenciones, batallas libradas, de nuestros logros, de las cosas lindas que nos han dicho, de la gente que nos quiere y querernos mucho.
Yo, llego un momento de mi vida, que me sentía «un cuatro de copas», que era un «bueno para nada». Un fracasado y no quería intentar más. No quería aprender ni hacer, ya que nada me conduciría a ningún lado. Todo intento era sufrimiento con final infeliz.
Hoy, cuando vengo volando bajo, trato de acordarme con respeto y valor, que termine la secundaria, que estudie inglés, portugués, cocina, periodismo deportivo, que he ejercido ambas profesiones, que tengo una muy buena familia y amigos, que he recibido el alta terapéutica de la clínica de adicciones El Arte de Volver… Que difundo el deporte y trabajo previniendo a los chicos de la drogadicción. Que escribí varios libros y con pasión… Y que practico el triatlón.
Lo hago para valorarme, para quererme. Valorarnos es gustar y creer en nosotros mismos que merecemos y podemos estar mejor. Y es una condición necesaria para motivarnos, confiar en nuestros recursos para crecer y avanzar. Es una experiencia íntima, es lo que pienso y siento sobre mí mismo, no lo que piensa o siente otra persona.
Valorarnos nos da resistencia, fortaleza y capacidad de recuperación. Una baja valoración nos hace vulnerables ante los problemas. Si no creemos en nosotros mismos, ni en nuestra capacidad, este mundo es un lugar aterrador.
Conseguir el éxito sin lograr primero una buena valoración es condenarnos a sentirnos unos impostores. Y a sufrir, esperando que salga la «verdad a la luz».
La admiración de los demás no crea nuestra autoestima, ni tampoco el conocimiento, la maternidad, las posesiones materiales, las conquistas sexuales, o una cirugía estética. Estas cosas pueden ayudarnos a sentirnos un `poco mejor, pero lo que nos da satisfacción es una buena autoestima, amarnos y amar. Además de eso, tener y cuidar las buenas relaciones humanas.
La mirada sobre uno es vital. Cuando es positiva, nos permite sentirnos a gusto, y enfrentar las dificultades con confianza. Cuando es negativa, nos engendra sufrimientos que afectan tremendamente la vida. Nos dejamos llevar más por el deseo de ahorrarnos dolor que por el de buscar alegría. Y es ahí donde apelamos a calmantes, anestésicos, relajantes, pucho, chupi, rivo, merca, paco o faso.
Aprender a valorarnos significa encontrar la vía para ver que somos como cualquier otro. Que no estamos por debajo de nadie, que somos tan capaces como los demás. Y que no necesitamos de mecanismos y estrategias para ocultarnos, doparnos, defendernos o confrontarnos con los otros para proteger nuestra historia y valía.
Cuando se ha crecido o se ha estado mucho tiempo en un ambiente excesivamente crítico, no es fácil de cultivar la confianza. Tampoco lo es aprender a valorarnos. Ser uno mismo no es tan fácil, sobre todo cuando se han vivido experiencias en las que la única forma de sobrevivir ha sido el silencio, dejar de ser nosotros mismos, con drogas o creando un personaje.
Ayuda mucho dejar de pensar tanto negativamente las cosas antes de decir o hacer. Lo indicado es no hacerle caso a esa vocecita interna que nos llena la cabeza de prejuicios y miedos. Tomar el riesgo de hacer las cosas sin «cranearlo» tanto. Para eso la ayuda de un psicólogo puede ser vital. Ahí hay que hablar de la película que nos hacemos para recibir la devolución profesional.
Hay tanta obsesión por el éxito en la actualidad, que muchos terminamos desarrollando pánico al fracaso y hasta al éxito. Y nos olvidamos que solamente de forma excepcional, un triunfo no está precedido de incontables intentos fallidos.
El fracaso, de última, conlleva la otra cara de la moneda, la del aprendizaje. La famosa fórmula de ensayo-error… Gracias a la cual avanza la ciencia y el conocimiento.
También aceptar que somos parte de la humanidad, llena de errores, carencias y vacíos. Si tenemos un amor propio fuerte, esto no nos asusta, ni nos hace sentir inferiores. Porque forma parte del show.
Una persona tiene alta estima cuando puede enfrentar los desafíos de la vida, se permite disfrutar y establecer sus propios derechos y necesidades.
La baja autoestima se manifiesta con «El Chico Bueno». Es la persona evitativa que no expresa agresividad, no muestra las “garras”, se percibe indefenso y no quiere llamar la atención. Cuando alguien lo pisa dice: “Disculpame por haber puesto mi pie debajo del tuyo”.
También con «La Víctima». Es la persona que lo utiliza como una defensa porque se reconoce en inferioridad de condiciones. Es el que siempre está sufriendo, al que siempre le duele algo. El objetivo es inhibir al agresor. Y buscar la empatía del grupo que lo consuele y cuide. Pero el que se victimiza casi siempre termina siendo agredido porque la gente se da cuenta de que es una pose, está camuflado. La primera vez lo abrazarán, pero la segunda ya se darán cuenta del engaño. Y no es un buen lugar para estar, ya que no estás determinado a luchar.
Y con «El Servicial”. Es la persona que siempre está ayudando a otras. Donde hay un problema, está «El Servicial”. Enmascara la baja estima. Da porque espera ser ayudado y entendido. No da por amor sin esperar nada a cambio, sino que lo hace porque espera que el otro le devuelva ayuda y cariño. Con el tiempo, termina resentido y expresando “Al final, yo ayudo a todo el mundo y a mí nadie me ayuda”.
Las soluciones pueden ser vernos en totalidad. Reconocer qué puedo y qué no puedo hacer, qué sé y qué no sé. Pararnos en las fortalezas. Pensar cómo logré algo que me salió bien en la vida.
No debo demostrarle nada a nadie, sino a mí mismo. Cuando uno puede reconocer sus capacidades y fortalezas, nunca ostentará nada para agradar. Debemos aceptar que no vamos a gustarle a todo el mundo y que, tarde o temprano, seremos rechazados por alguien.
Los seres humanos somos vulnerables y ciento por ciento dependientes del cuidado y la ayuda de alguien para crecer. La vulnerabilidad nos acompaña durante toda la vida. Somos seres falibles que cometemos errores y perdemos cosas. Cuando somos capaces de exhibir nuestra debilidad y aceptarla, podemos transformarla.
Podemos tomar tres posiciones frente al otro. Primero, hacer lo que el otro me dice para que no me deje de amar. Segundo, no hacer lo que quiero, sino hacer algo para desafiar al otro. Y por último, hacer lo que quiero dentro de mis limitaciones y seguir mis propios proyectos. ¡Esto último es la gran decisión que nos sacará de «el fondo de la tabla!
LA LEY DEL DEPORTE