Ser humilde significa sentir respeto hacia los demás, y sobre todo, tener una actitud permanente de aprendizaje, siempre. Tomar lo que se nos dice, saber escuchar, y absorber las sugerencias, consejos, o críticas.
Ser humilde es no cerrarte, defenderte, o atacar a los otros que piensan o hacen diferente a vos, es saber aprender, y dejarse aconsejar, retar, confrontar, o guiar.
La humildad es una difícil virtud en una sociedad en la que el poder, el éxito, el dinero, el halago, y el prestigio nos tientan con la idea de que podemos ser dioses o tener la verdad absoluta.
El concepto de humildad se suele confundir con pobreza, cortesía, y la profesión de uno. Sin embargo, la humildad es una actitud interior que nada tiene que ver con el dinero, la educación, o la profesión. Es estar abierto a la ayuda y a las «puntas» que se nos tiran. Es abrir la cabeza para recibir lo que le hicimos sentir al otro con nuestras actitudes.
La humildad nos conduce a la aceptación de nuestros defectos, debilidades, problemas, limitaciones, o frustraciones que la vida conlleva. Pero al mismo tiempo somos conscientes de nuestras virtudes y fortalezas. Tener esta visión completa, nos fortalecerá. Y nos valoramos correctamente a nosotros y a los demás.
Los que están abiertos a la mejora continua, se llevarán «el gran premio». No el que se empaca y manda a todos a «tomar por el poto». Hay que tolerar las opiniones de los otros sin agredir. Se los digo y me lo digo…
Aquel que no es capaz de realizar un análisis para ver qué debería mejorar, siempre será un mediocre y, sin darse cuenta, quedará estancado en el mismo lugar.
Recibamos las críticas y busquémosla, no solo el aplauso, los seguidores, los me gusta, las visualizaciones, etc., que nos pueden confundir. Que también nos «cuenten las costillas» como para, por lo menos, saber que «irradiamos».
Hablar de tus problemas, escuchar un especialista, hacer caso a quien te quiere guiar, tratar a los otros con afecto, gastar poca plata y que realmente la amerite, son aspectos de una persona humilde.
Si humildad es lo contrario a orgullo, y orgullo es resaltar nuestros logros, humildad es resaltar lo bueno del otro. La humildad hace que uno pueda activar el reconocimiento y el elogio.
No es lo malo de mí, es lo bueno de vos. No es no reconocerme, sino «reconocerte» también a vos. Es la capacidad de estimar, pero también saber decir que siempre se puede mejorar.
Cuando una persona tiene una buena opinión de sí misma, no necesita reafirmarla. Ya posee esa fortaleza interior. Tenemos que saber recibir correcciones, consejos y límites. No es de sumisos, o de títeres, o débiles, es de humildes.
Pasamos demasiado tiempo desarrollando las fortalezas culturales o sociales, como ser un buen conversador, tener buen humor, hacer plata, lograr objetivos, etc. Muchos lo hacemos porque, en el fondo, deseamos ser admirados y aceptados. Nos enfocamos tanto en esas fortalezas, que perdemos de vista las internas. Como ser humildes, dejarnos ayudar, saber escuchar confrontaciones, y no cerrarnos de corazón.
Podemos desarrollar nuestras fortalezas y ser humildes, teniendo en cuenta todo lo bueno que tenemos, que quizás no podemos ver. Y al mismo tiempo haciéndonos preguntas, por ejemplo: ¿Haciendo qué cosa soy feliz? ¿Por qué pienso que me salió bien? ¿En qué otras situaciones me siento mal? ¿Cuál es mi pasión? ¿Qué me pone mal? ¿Qué me pone soberbio? Conocer nuestra personalidad.
Todos deberíamos tener como una de nuestras metas ser humildes, en el verdadero sentido de la palabra. Nos acerca a la verdadera grandeza que tanto perseguimos. Reconocer nuestras propias fortalezas nos permite con más facilidad dejar de hablar de ellas, para poder estar abiertos y respetar a los demás y enfocarnos en sus fortalezas.
Es sano abrirnos a la confrontación, fundamentalmente de los que nos quieren bien. No están contra nosotros, están enseñándonos sus sentimientos y necesidades.
El orgullo anticipa grandes desastres, justamente porque el orgulloso cree que no tiene nada que aprender. La persona orgullosa se enaltece a sí misma, construye un falso yo, para ocultar su vacío interior. Y se considera grandiosa. Y eso los deja solos y rabiosos. Y no consideramos todo lo malo que nos puede suceder si nos mandamos «cualquiera».
Las personas que constantemente descalifican a los demás actúan por contraste. Resaltan lo malo del otro, como una manera de decir: «yo soy el bueno», «mira quién sos vos». Necesitan definirse por comparación, porque su plataforma es de mucha inseguridad, y muy baja estima.
Por otra parte, se puede ser rico y humilde, o pobre y soberbio, dado que esta virtud no alude a posesiones materiales. La humildad es el reconocimiento de la propia dimensión, de los propios alcances, de las propias imposibilidades, y de la propia ignorancia. «Todos somos ignorantes, lo que pasa es que no todos ignoramos lo mismo», Albert Einstein.
La humildad es un fruto del más arduo de los conocimientos, aquel que nos permite vislumbrar quiénes somos de verdad, no quiénes pretendemos o quiénes nos gustaría ser.
Se trata del conocimiento de uno mismo. Su empeño le da sentido a la existencia al ponernos frente a las preguntas más trascendentes. La humildad, en consecuencia, está siempre en proceso; nunca se plasma, pues raramente llegamos al fondo de nuestro ser. Proclamarse humilde es jactarse de haber acabado con una tarea que es imposible.
Nunca se termina de explorar y comprender el universo, ni el externo, ni el interno. Únicamente desde la soberbia se puede pretender haberlo hecho.
La humildad siempre trae abundancia. No todo el que tiene abundancia es humilde, pero el humilde siempre termina en abundancia. Dice el gran libro de los Proverbios: «riquezas, honra y vida es el pago que nos da la vida por nuestra humildad».
LA LEY DEL DEPORTE