El 8 de octubre del 2023 falleció en Hawái “El Gordo” Politti, donde vivía hace como veinte años junto a los concordienses “Tomy” Muller, “Juano” Delgado, Víctor Bovino, y “El Dedo” Sobrino. Y dos argentinos muy cercanos como “Ale” Moix y “Santi” Montone. Esa madrugada nos dejaba uno de los personajes más populares y queridos que uno haya conocido.
Marcos Rodrigo Politti (1973-2023) vino a Concordia desde Buenos Aires de chico, con sus viejos “El Nico” y La Susi”, y sus dos hermanos menores: Gastón y Anabella. Se crio en el barrio Almirante Brown, sobre calle Castelli y Laprida, con la puerta siempre abierta, adelante de la cancha de Santa María, y de la plaza donde toca «La Santa Murga». En esa zona caminan murgueros, hinchas, boxeadores y jugadores de futbol. Por eso “El Gordo” tenía una pisada fantástica, a la que le llamaba “La Chiclana”, y una gambeta “endiablada”. En la esquina tuvieron una carnicería y luego un almacén.
El cayó en la escuela Borges y curso con “El Sobaco”, “El Mono”, “Banana”, “Pichón”, “Guaro”, y demás. Luego con la camada más chica, la de mi hermano, “El Salteño”, “Polli”, “Pisunga”, «El Mono» Díaz, «Chichina», «Cuchu», Panchi», y “Androide”, entre muchos más. E inmediatamente se vio que tenía una estrella, distinta, y que le brillaba mucho. Lo iban a buscar de todos lados para hacer programas. Del barrio, del centro y de las residencias, todos querían su presencia.
En casa tenía “vía libre”, quedaron encantados con “El Sapillo”, lo adoraban, era como un hijo más para Graciela y Huguito. Tanto es así que papa, presidente de la cooperadora de la escuela Borges, le consiguió para hacer dos veces quinto año, ya que se había llevado muchas materias. Hasta le daba el auto en las vacaciones, mientras mis viejos caminaban, “El Gordo” pasaba y los saludaba. Anécdotas, millones, una más linda y desopilante que la otra. Que presencie y que escuche. Hay para hacer un libro.
En Concordia fue coordinador de Río Estudiantil con “Juano”, “Nicotina”, y Yamanqui. Desde ahí salto a Buenos Aires y trabajo mucho en el Banco Privado, con “Hormiga”, “El Trapo” y “El Mono”. Luego se fue a Miami con “El Coño”, donde hacía la diaria en la Construcción, siempre con “Juano” y otra banda de vagos como “Francky”, “Toto”, “Hormiga”, 2El Gato», y “Gallo”. Para terminar siendo figura reconocida en Honolulú y Waikiki, como guía de turistas con “Juano”, “Tomy” y quien esto escribe, y arreglando y vendiendo autos con “El Dedo”. Parecía un local, un maorí, y se movía como “pescado en el agua” por la Isla.
Lo conocían los locales, los filipinos, los coreanos, los mexicanos, los brasileños, y obviamente que los nuestros. Era una máquina interminable de andar, brindar afecto, contar historias graciosas, y dejar “tela para cortar”, así los muchachos las podían recrear y disfrutar.
Hacía como veinticinco años que no vivía en Concordia, pero siempre me tocaba hablar de él, en algún momento se venía la pregunta: ¿qué hace?, ¿cómo está?, ¿con quién se junta?, ¿dónde labura?, ¿cómo se siente?, ¿qué pensaba?, o ¿cuándo volvía?, ya que vivía con mi hermano y con él siempre hablábamos. O debía relatar anécdotas de él, las contaba yo, o las escuchaba de los otros. Todos tenían una porción de su ser, de esa topadora, de andar y arremeter. Yo las contaba, recortaba, y confeccionaba tanto, que terminaban siendo grandes relatos muy bien narrados.
“El Gordo” siempre se reía de lo que le contaba, o cómo lo apodaba: “El Golden Boy de la Isla”, “El Bombardero del Almirante Brown”, “El Asesino del Bar”, “King Kong”, “El Pacman” Politti, que sé yo, era nuestra alianza. Todos los días uno nuevo. Y él me tiraba uno a mí, siempre creativo y positivo. Es el autor intelectual del conocido “La Máquina de Picar Carne” Muller.
Nosotros hablamos de la diaria y del boxeo: “Lobito, viste la de “El Chino”, ¿qué te pareció “Maravilla”? No va más…, qué mala suerte con Brian, vos que me contás “Rey”, anoche temblaba en el último round, casi me agarra algo…”, etc. Lo despedía con un “Roy, no te vayas sin decirme a donde vas”, y él se reía como un chico: “que grande que sos “Lobito”, cuando vas a volver, saludos al gran Huguito”.
Se reía y siempre iluminaba los ambientes donde irrumpía: la playa, la casa, el resto, el laburo, la fiesta, el boliche, la chata o, su especialidad, el asado. Mientras los pibes surfeaban, el los esperaba con su gracia, pucho en mano, envuelto en una nube de humo, y cocinando exquisiteces para el deleite. Luego boxeo y de postre una salida por Waikiki, para “rematar”. Era una receta celestial. Y no podia pedir más… “El Tanque” era encantador, generoso, servicial, sensible, y buen amigo. Hacía un culto de la amistad. Era la columna vertebral de esa concordiense comunidad, allá en la remota Hawaii.
La pasión por “El Gordo” era generalizada, todo el mundo lo adoraba. Te curaba del aburrimiento. Gozar de su parla y su amistad era gozar de un gran momento. Era curarse del aburrimiento, de la tristeza, de la presión, de la ira, y pasar a ver a ese “Gigante” era un suceso… Un «antidepresivo de la vida cotidiana». Tanto era así que era imposible no saber en qué andaba. Todos estaban pendientes de su “paso a paso”, ya que siempre había “acción, risas y drama”.
Con Rodrigo pasamos grandes charlas y momentos. Yo encontraba a alguien que me entienda, que me escuche, que se preocupe y ocupe. El era de abrirse. Me daba «una mano» en las difíciles. Yo le pedía sus sugerencias, tenía mucha calle, te “abría la cabeza”, y se ponía a ayudarte, a conseguirte un trabajo, un contacto, te arreglaba algún cacharro, o te conseguía una covacha para ir “rancheando”, él decía que yo dormía donde me agarraba la noche, por eso me decía “El Gitano”. ¿Qué no me decía el desgraciado?
Los dos descargábamos nuestra mala energía, nuestras angustias, y nos compartíamos los proyectos. Su última obra fue gastronómica, venta de empanadas salteñas y entrerrianas en «el medio de la nada». Más allá de reírnos del mundo entero, porque la mayor parte del tiempo se compartía con alegría, un asado, un partido, o un café mañanero y conversador. Podíamos verbalizar nuestras emociones y sentimientos, y yo emocionarme mucho al verlo. No yo, todos los que reverdecíamos al tenerlo, que era un privilegio.
Cuando decía que iba a venir un verano ya era conmoción: “¿cuándo?, ¿tiene pasajes?, vamos a hacer un asado, que venga a casa, que llegue para mi cumpleaños, que pase por acá o allá, lo llevamos de vacaciones, avisen que lo vamos a buscar”. Desespero por todos lados. Su estadía “marcaba el pulso” de nuestra comunidad: “anoche lo vieron allá, con tal, abrazado a tal, y su auto estaba estacionado en tal lugar”, se conjeturaba en que andaba la legendaria “Vieja del Agua”.
Yo siempre lo extrañé mal. Extrañar a los amigos no significa la ausencia de ellos. Porque es imposible derrotar a la verdadera amistad. El tiempo y la lejanía la pueden «adormecer», pero esa capacidad de «reverdecer» la relación, con «El Rodri», estaba siempre firme ahí, lista para resurgir.
El te inyectaba fuerzas porque te daba afecto, te escuchaba, se ponía feliz cuando te iba bien, te festejaba las “sutilezas”, te abrazaba y elogiaba. «Vos sos un grande «Lobito». Mi éxito era su éxito, mi caída de la Isla fue también su caída anímica. Contaba anécdotas mías, de todos, y sabía todo de mí, sin embargo, al verme se emocionaba y no perdía la fe.
Qué lindo era sentarnos una tarde cualquiera en la vereda de casa a charlar, como cuando éramos chicos. En Concordia, Buenos Aires, Miami o Hawaii, da lo mismo porque el lujo era su presencia. Siempre sentí su aliento cuando estaba solo, perdido y los «laberintos de la mente» me complicaban fuertemente. Era hermoso que me quiera y entienda. Tan lindo verlo cruzar en su gigantezco Mercedes, pararlo, y meterme «de cabeza» con tabla y todo.
Compartimos muchos momentos en cantidad y, sobre todo, en calidad. Esa amistad tenía una profunda intimidad emocional. Insisto, con los muchachos también. A veces, la nuestra, era una amistad de contacto diario, pero también esporádica. Aunque la sensación era que el tiempo no había pasado nada. Estaba tan afianzada que permanecía, latente, y a pesar del tiempo y la distancia, revivía siempre.
Siempre me acuerdo de vos “Vaca Mala”, te metes en mi mente sin pedir permiso y charlamos, nos reímos, recreo grandes momentos, una y otra vez, otros los invento… Sigo usando tus chistes y frases en mis crónicas periodísticas, te confesaba y prometía pagarte por los derechos. Vos te reías y me respondías con tu clásico: “ja, ja, ja, sos un grande “Lobito”, como los quiero a vos y al “Huguiyo”.
“El Gordo” se había caído y levantado miles de veces, y ni entraba en pánico, era solo “un día más en la oficina”, estaba super curtido. Parecía a prueba de bombas atómicas, “El Hombre de Acero”. Pero el domingo 8 de octubre del 2023, cayó una vez más, pesado, gastado, y no se pudo levantar, esta vez me lo pusieron knockout. Su corazón, que era más grande que su cuerpo, se venció. Ya no pudo absorber más castigo y más dolor. ¡Cómo te gustaban mis metáforas de box! Te reías, y gozabas cuando te apodaba con sobre nombres de boxeadores como “El Artesano del KO” o “El Asesino de la Zona Sur”.
No preciso decirte que te vamos a extrañar horrores, nos vas a hacer falta en todos los lugares donde cosechaste tanto afecto, cariño, y asados compartidos. Como se gritaba antes en la cancha: “No te vayas campeón, quiero verte otra vez”.
«Una sola jornada más, de cómplices, dame veinticuatro horas con vos y nada más. Y me sirvo de tu genialidad, de esa verba que hechizaba a la banda, con tus historias suburbanas, así “me Río de Janeiro”. Golpéame esta noche la puerta y venime a buscar. Vamos por una última vuelta más». «For the last one».
“¿Te acordás, «Vieja», que yo siempre te despedía con la misma frase de siempre: “No te vayas sin decirme a donde vas?”, Bueno, “Marquiyos”, hoy te fuiste de repente. Y ya sé en donde andas: ¡En mi corazón y en mi mente! Buen descanso “Gordo”, y hasta siempre”.
Concordia, 9 de octubre del 2023, a la 5 de la mañana, pasando la noche triste y en vela, y tratando de que este homenaje te recuerde y me libere. Tu hermano por siempre: “El Lobezno”.