Jeanette Campbell nació un 8 de marzo de 1916 en San Juan de Luz, Francia. Solo por casualidad, porque en 1914, cuando sus padres hicieron un paseo por Escocia, estalló la Primera Guerra Mundial y no pudieron salir del Viejo Continente y volver a la Argentina. Entonces se trasladaron a Francia, donde nació Jeannette.
Era hija de John Campbell, un escocés que vivía en la Argentina, y nieta de Mary Gorman, una de las maestras que trajo Sarmiento a trabajar al país, junto a Juana Manso, otra famosa mujer quien escribió poesía y literatura, fundó su propio periódico, y dirigió varias escuelas.
Finalmente, en 1918, cuando la guerra ya estaba terminada tras la rendición de Alemania, pudieron emigrar hacia Argentina para asentarse aquí. Como si no fuese poco tener que cruzar medio planeta, el barco en el que viajaron Jeanette y sus padres fue el que ingresó la Gripe Española en territorio argentino. Ellos resultaron ilesos, pero más de 40 personas fallecieron tras contraer la enfermedad.
La familia Campbell se instaló en Belgrano R., un barrio donde ella creció, vivió y murió. Desde pequeña se sintió atraída por los deportes: la primera disciplina fue el hockey sobre césped en el reservado colegio Belgrano Girls School, pero pronto descubriría a su gran pasión: la natación.
La abrazó gracias a su hermana mayor, Dorothy, y además tenía una menor, Kathleen, que practicaba ese deporte en el Belgrano Athletic Club, la institución donde pasó buena parte de su existencia.
Comenzó a los 6 años en las piletas del Belgrano Athletic Club. En 1928 cosechó sus primeros triunfos en la categoría menores y más tarde -junto a su hermana Dorothy- derrotarían al prestigioso San Isidro Club en la carrera de relevos.
En 1929 pasa al club Ferrocarril, donde conoce al amor de su vida y entrenador Roberto Peper. Obtiene su primer campeonato argentino de 100 m con una marca de 1:18:6, batiendo el récord sudamericano con solo 16 años.
A pesar de trabajar mucho en el frigorifico Swift, donde metía nueve horas por día, se hacía el tiempo para entrenar. Y en 1935, en el Sudamericano de Río de Janeiro, volvería a destacarse batiendo el récord sub continental de los 100 m con una crono de 1:08:00, y de los 400 m libres donde hizo 5:47:8. También ganaría con el equipo argentino la posta 4 x 100 junto a Celia Milberg, Alicia Laviaguerre y Úrsula Frick.
Aquella performance le valió la posibilidad que ninguna mujer había tenido hasta entonces: integrar la delegación que participaría en los Juegos Olímpicos de 1936, en Berlín, Alemania, que estaba bajo el gobierno Nazi de Adolf Hitler.
Viajó con más de un mes de anticipación a su cita con la gloria. Y en los quince días que duró la travesía en barco no dejó de entrenarse ni un momento en la extremadamente corta pileta que había a bordo.
En agosto de 1936 arrancaban los Juegos Olímpicos en esa Alemania Nazi, que, con 348 atletas, fue la delegación más numerosa y la que se adjudicó el lugar más alto del medallero.
Allí, la nadadora argentina se hizo con la medalla de plata en los 100 metros. Fue un 10 de agosto de 1936, cuando hizo historia gigante para el deporte argentino. Su esfuerzo le valió llegar en el segundo lugar, apenas por detrás de la holandesa Rita Mastembröck. En un momento estuvo primera, pero la de los Países Bajos arremetió sobre el final y sorprendió a todas. El video se lo puede ver en YouTube.
Su registro de 1 m 6 s 4/100 se convirtió en récord sudamericano y permaneció imbatido por 28 años. Y cuando subió al podio, un día después, marcó un hito en el deporte argentino. Pero en aquel torneo se llevó otro premio: fue elegida la deportista más linda de los Juegos, un halago que la complacía tanto como la medalla plateada.
Luego de aquel éxito, siguió compitiendo por algunos años más. Continuó brillando en los Sudamericanos de Lima, en 1938, y en el de Guayaquil, en 1939. En total, en su carrera sumó 13 títulos argentinos, 12 títulos sudamericanos, y además estableció 12 plusmarcas continentales, siete de campeonatos y más de una veintena en un nacional.
Muchos años después, en una entrevista que brindó al diario La Nación, Jeanette habló de su experiencia en aquellos juegos. “En esa época Hitler estaba en la cima de su poder. Los alemanes parecían adorarlo. Cuando se acercaba al estadio o a la Villa Olímpica, todo el mundo corría, aplaudía y gritaba. Yo no entendía nada de política por ese entonces”.
Cuatro años después de la edición de Berlín, debía llevarse a cabo la 12 va edición de los Juegos Olímpicos, pero esto no sucedió por un simple motivo: la Segunda Guerra Mundial estaba en pleno auge, y la competencia fue suspendida, al igual que otros eventos deportivos, como el Mundial de fútbol de 1942.
Esto no le permitió a la nadadora volver a participar de los juegos. De todos modos, su logro en Alemania fue tan grande que durante todo el Siglo XX solamente dos mujeres argentinas pudieron igualar su marca y hacerse con una medalla: la atleta Noemí Simonetto en Londres 1948 y la tenista Gabriela Sabatini en Seúl 1988.
Nunca contrajo matrimonio con su novio de siempre, Roberto Peper y tuvo tres hijos: Inés, Susana y Roberto. Susana Peper tomaría su legado y se convertiría en una de las nadadoras argentinas más importantes de la década de 1960.
El resto de su vida estuvo llena de reconocimientos: fue abanderada de la delegación argentina en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Tokio 1964, recibió el Premio Konex, fue distinguida en el Congreso de la Nación con el Premio Delfo Cabrera e ingresó al Salón Internacional de la Fama de la Natación en 1991.
Jeannette Campbell siempre irradió una ternura especial desde sus ojos celestes. A todo el mundo cautivó con su sencillez y su pasión por todo lo que emprendió. Sus grandes amores fueron su familia y el deporte. Vivió para ellos y por ellos. Y de ellos obtuvo las mayores felicidades.
Cuando falleció su marido, sus ojos celestes se apagaron un poco. Pero nunca perdió el brillo por completo. Siempre mantuvo en su memoria la gloria y la epopeya que logró en el deporte que amó.
Jeanette Campbell falleció el 15 de enero del 2003, a los 86 años de edad, en su barrio de siempre, Belgrano. Se iba la rubia que un día se subió a un transatlántico, que se distinguió entre 54 hombres robustos, que entrenó en una pileta de dimensiones diminutas sujetada a una soga, la que se bajó del barco después de tres semanas de viaje, aquella que se deslumbró con la perfecta ingeniería en la organización de la competencia, la que se concentró, se subió al pilote número 6 y esperó la orden del juez, la misma que se zambulló de cabeza y nadó con clase, estilo, potencia, para escribir en el agua, su nombre para toda la historia.
Dejaba este mundo, la nadadora amateur del Belgrano Athletic que descolló en esa prueba final de los cien metros libres. Llegando segunda a solo cinco décimas de la holandesa Rita Mastenbroek. El momento glorioso sucedió un 10 de agosto de 1936, a las tres de la tarde, bajo un sol pleno, ante veinte mil espectadores, y con solo veinte años de edad.
Hoy, homenaje a una chica sencilla que trascendió al país, y se transformó en un emblema mundial por ser una de las pioneras en la inclusión femenina en los deportes, buena madre, mujer, laburante, y poseedora de admirables características que podríamos llamar «de las de antes».
LA LEY DEL DEPORTE