Horacio Agustín Saldaño nació en San Miguel de Tucumán, cerca del hipódromo del parque 9 de julio. Y fue, a secas, el último gran ídolo del boxeo argentino.
A el le gustaba jugar al fútbol. Llegó hasta la sexta de Argentino del Norte. Y empezó el boxeo por su padre, quién le había prometido que si aprendía, le compraría el equipo completo de fútbol…
Horacio empieza a los trece años representando al club Tranviarios y es entrenado por su maestro Rubén Aguirre. No entendía bien que estaban haciendo esos hombres pegando golpes al aire y saltando a una cuerda. Pero a los seis meses ya peleaba para ganar un poco de dinero, que se sumaba a su sueldo de cadete. Y así seguir estudiando hasta completar la escuela.
Horacio Saldaño debuta en el club Defensores de Villa Lujan como amater a los quince años. Que vendría a ser como el Luna Park de Tucumán. Entraban como 10.000 personas. El, insólitamente, empezó a llenar el gimnasio. Cuando combatía en las pre eliminares… Gran parte del público lo iba a ver a él.
¿Por qué? Porque era fuerte, iba al frente, resistente, rápido, poder de ko, adrenalínico, guapo… Daba lo que le gusta a la gente: «acción y drama». Y abajo del ring era afectuoso, fino, compasivo, simpático, y siempre humilde. ¡Como no quererlo!
Saldaño debuta en el Luna Park a los 16 años en un Preolímpico para Tokio 64. Quedo afuera por muy poco. El leía mucho sobre boxeo y uno de sus ídolos era Luis Federico Thompson, quien luego fuera su amigo y entrenador.
Saldaño debuta como profesional a los dieciocho años un 23 de febrero del 65, noqueando en Tucumán a Alfredo Castro. Peleaba todos los meses y lo seguía «una banda de gente». Al otro año, cuando ya tenía 17 ganadas y dos empates, le traen a Jaime Gine, ex campeón argentino y sudamericano Ligeros, quién había estado invicto en 84 peleas, y uno de los grandes rivales de Loche. Saldaño de 18 y Gine de 33 años. Empatan en una pelea muy pareja. Y el público quedó enloquecido.
Nacía un fenómeno de masas. Llego a las 32 peleas invictas. Era la sensación de Tucumán. Se vendían 8500 localidades, y gente se quedaba parada en los pasillos.
Manolo Hermida, quien se encargaba del boxeo en el interior, le dijo a «Tito» Lectoure, dueño del Luna Park: «Tito, el pibe tucumano, sigue ganando por KO, pega y mata, es una fiera y le gusta prenderse en la pelea corta, ¿lo traemos? Lleva 32 peleas, está invicto, y de las últimas 12 ganó 10 por KO». «Tráigalo, vamos a probarlo un miércoles, consígame un rival mañero, alguien que lo complique, pero que no pegue», contesto Lectoure.
Horacio Agustín «La Pantera Tucumana» Saldaño subió al ring del Luna un miércoles 15 de mayo de 1968. La pelea la transmitía Canal 13 con Ricardo Arias, Ulises Barrera y Norberto Longo. Sonrisa de dientes blancos y perfectos, pómulos redondos, bata blanca y pantalones azules con vivos rojos. Fue desde el camarín hasta el cuadrilátero con paso veloz y la mirada fija, escondiendo timidez. El ring del Luna, Canal 13, los gritos… Un debutante de 20 años que iba a hacer historia en el mítico estadio…
Esa noche puso nocaut con una combinación de gancho al hígado y cross de derecha a la mandíbula del brasileño João «Martillo» Merencio. Al otro día todos lo felicitaban en el micro centro porteño. No entendía nada. Fue el primer impacto de la televisión con el boxeo. Se juntaban dos poderes: la televisión y uno de los boxeadores más amados de la historia. El porteño, los trabajadores tucumanos radicados en Buenos Aires, y luego toda la gente en general.
Un mes más tarde noqueó Raúl Roldán en 5 vueltas. Otra vez ante 10000 personas, día miércoles… El rating de canal 13 se iba para arriba. El ko se vio en todos lados, y se hablaba de un ídolo en proceso.
El joven Saldaño de cara aindiada, flequillo colegial, ancho de espaldas, músculos gruesos, pantalones Oxford ajustados, y anestésica pegada, se sumaba a las grandes estrellas de los sábados del Luna, donde una multitud de 19.000 personas de promedio sabían que con él estaba garantizado el espectáculo. La pelea sería con ataque sostenido, permanentes cambios de golpes, y el nocaut estaría invitado.
Llego a 51 peleas invictas, pero en muchas sufriendo y dramáticas. Era programado contra tipos muy fuertes. Como muchas peleas eran competitivas, la gente las gozaba y quedaba satisfecha.
El 3 de julio del 71 vino la gran oportunidad. Título argentino Welter ante Ramón La Cruz y pierde por puntos en pelea pareja su gran chance y su invicto. En la revancha lo noquea en el segundo round a puro ataque desenfrenado.
La mayoría de sus combates fueron electrizantes, conmocionales, e inolvidables. Pero la que realizó ante el guapísimo marplatense «Tito» Yanni resulta, hasta hoy, la pelea más conmovedora de la historia de nuestro boxeo.
Los dos tenían el alma más fuerte que sus huesos. La gente estaba a punto de reventar de tanta violencia. Las venas hinchadas del relator de radio Rivadavia, Osvaldo Cafarelli, no conseguía narrar lo que pasaba, la gente negando lo que miraba, la mujer de Saldaño descompuesta, y un amigo de Yanni semi muerto.
Y en medio de la hoguera, Saldaño y Yanni pegándose de campana a campana, quince minutos de salvajes cambios de golpes. Exponiéndose, sin reservas, a la pelea más brutal jamás vista…
Tras aquella batalla, que terminó antes de comenzar el 6.º asalto por la decisión del médico, quien no permitió que Saldaño continuara peleando, muchas personas debieron ser trasladadas al hospital. Se dice que si el Dr. hubiese ido primero a la otra esquina, le hubiera impedido continuar a Yanni, ya que los dos estaban extenuados e inconscientes…
La revancha la ganó Saldaño nueve meses después por knockout, entre otros memorables duelos. En aquellas noches del Luna Park de los 60, 70 y hasta los años 80, conseguir un ticket de última hora para ver a Saldaño valía oro, y para tener un lugar en la popu había que ir dos horas antes. Eran famosas y nadie se quería perder sus peleas contra Abel Cachazú, Ramón La Cruz, Mario Omar Guilloti, Miguel Ángel Campanino, y en el final frente a Ubaldo Sacco.
Su rival más ilustre fue el campeón mundial José Ángel “Mantequilla” Nápoles, contra quien perdió por nocaut en México en el 3.º asalto. Una aciaga noche de 1974, en la cual Saldaño no estaba en condiciones de combatir, pues su hombro derecho se hallaba lesionado.
Esa día hizo que los comercios y los talleres cerrarán más temprano para que la gente pudiera presenciar la pelea frente al televisor. Hecho igualado solo cuando la selección Argentina jugó la final del campeonato del mundo.
Fue en el viaje de regreso que, decepcionado, adolorido y sin entusiasmo, decidió dejar de boxear. Llego a pesar 100 kilos y estuvo dos años sin pelear. Se curaba con la ayuda del doctor Roberto Paladino quien se ocupó del seguimiento de su lesión.
Una noche, en un baile familiar, se encontró con Maria Cristina Vicente, una chica a quien había conocido cuatro años antes, cuando ella tenía 14. Horacio le propuso casamiento durante una cena en “El Palacio de la Papa Frita», los casó el padre Hugo, quien era su compañero de fútbol cuando eran adolescentes, y todo reverdeció.
Logro reaparecer y realizar veintiuna peleas más. Sobrevinieron grandes noches de Luna lleno, donde Saldaño ratificó su condición de ídolo de multitudes, sea cual fuera el resultado. Subió a un ring 88 veces desde 1965 hasta 1983. Peleó con grandes rivales de tres generaciones. Lo hizo contra hombres mayores que él siendo joven y frente a jóvenes siendo veterano. Perdiendo, empatando, o ganando, siempre bajó del cuadrilátero ovacionado.
Horacio Saldaño fue un ídolo indiscutido y de un físico privilegiado, pues combatió en 3 décadas, la del 60, 70, y 80. Sintió todas las sensaciones que pueda experimentar un pugilista: cansancio, incertidumbre, victoria, agobio, respaldo, vergüenza, plenitud, extenuación, dolor, llanto, gloria, agonía, y el ocaso.
Las hijas fueron boxeadoras. Poldy y Carolina. Y su hijo ajedrecista profesional. Lo maravilloso de esta historia es que Horacio puso a sus hijas bajo la dirección de un rival quien le quitó el invicto en la pelea número 64: Ramón La Cruz. Ramón tenía un gimnasio «bien Rocky Balboa» debajo del andén de la estación Constitución. Y las Saldaño se convirtieron en representantes mundialistas en las categorías Mosca y Gallo. Poldy es ejecutiva de una empresa. Y Carolina, además de docente, es jurado de boxeo.
Horacio Saldaño después de abandonar en 1983, logró un empleo en el Congreso de la Nación. Y ahora que es jubilado, transita la gloria pasada con humildad y orgullo. Siempre un buenazo, tranquilo y sensato.
«La Pantera Tucumana» no llegó a ser campeón, pero convocaba multitudes en Tucumán y en el Luna Park. Ofreció las peleas más conmovedoras de la historia. Tuvimos a lo largo de la historia más de sesenta campeones mundiales. Como 40 hombres y 20 mujeres. Pero muy pocos grandes ídolos: Firpo, Suárez, Gatica, Pérez, Loche, Monzón y él.
Hoy hay un señor amable y cordial, bien conservado, canoso, con arrugas y paso armonioso, caminando por Buenos Aires. Lee el diario, ve las noticias en la tele, se interesa por algunos combates de boxeo internacional, disfruta del hogar armonioso que supo formar, baila con sus hijas, evita hablar de su glorioso pasado, y de los estadios que lo aclamaban. Pocos saben que es el último gran ídolo del boxeo argentino.
Acá el gran ídolo no es el mejor, ni tampoco el invencible, ni la mejor persona del mundo. El ídolo es quien llega al corazón del pueblo, que lo ama y lo quiere tal cual es, porque en su propio ser o en su querer ser… La gente se ve representada.
LA LEY DEL BOXEO