Dogomar Martínez nació el 30 de julio de 1929 en el barrio La Comercial, de Montevideo, y es hijo de inmigrantes españoles que llegaron al Uruguay en busca de un mejor futuro. Su padre quería llamarlo «Don Omar»… y su nombre fue a consecuencia de un error durante la inscripción en el Registro Civil, ya que el funcionario entendió «Dogomar» y así quedó inscripto.
Cuando tenía 12 años su hermano lo llevó al gimnasio a hacer ejercicios porque lo notaba muy debilucho. Aprendió a boxear con Francisco Constanzo en el American Texas de la calle Constitución, esquina Miguelete, próximo al bar de sus padres, que quedaba en Justicia y Pagola.
Al año había aumentado 21 kilos, peleó por primera vez a los 14 y venció a su oponente por KO. Su debut como boxeador amateur fue el 8 de septiembre de 1944 ante Cándido Silva. Como amateur salió campeón 18 veces: 3 torneos de Novicios, 4 torneos Ciudad de Montevideo, 3 torneos Nacionales, 4 torneos de Selección Rioplatense y 4 latinoamericanos. Era un tremendo peleador que atacaba con fuerza, y pasión.
Representó a Uruguay en los Juegos Olímpicos de 1948 en la categoría Pesado Mediano, con solo 18 años, y llegó hasta los cuartos de final, perdiendo ante el italiano Ivano Fontan. El 16 de enero de 1951 se vuelve profesional enfrentando al boxeador uruguayo Domingo Arregui. Enseguida, el aguerrido carácter de Martínez, hizo que los hinchas se identifiquen con su “garra charrúa”.
Tras de ser campeón sudamericano en varias oportunidades, estuvo durante 26 peleas invicto y es muy recordada su pelea, el 12 de setiembre de 1953, en el Luna Park de Buenos Aires, ante el campeón mundial de los medio pesados, el estadounidense Archi Moore. Una de las leyendas más grandes de todos los tiempos.
Dogomar llegaba a esa pelea con un récord de 26 combates invicto. Debió engordar y luchar en Peso Pesado, ya que Archie no quería arriesgar su título. Fuera de su categoría, lo que le hizo sacrificar movilidad. Durante la pelea, «El Dogo» cayó dos veces a la lona, y los golpes de Moore fueron una terrible paliza para el uruguayo, pero resistió hasta el final, perdiendo el combate por puntos.
Esa velada fue presenciada por Juan Domingo Perón y Eva Perón, y el estadio estaba repleto de público. A pesar de la derrota, la gente vitoreó a Martínez como si hubiese ganado el combate. Al final del mismo, Moore felicitó a Dogomar y Perón abrazó a ambos contendientes.
Esa derrota hizo entrar por primera vez a un boxeador uruguayo en los primeros planos de la prensa mundial, y se hizo famoso mundialmente.
Inmediatamente, casi todas sus peleas, realizadas en la vieja cancha de básquetbol ubicada sobre la platea olímpica del Estadio Centenario, agotaban las entradas. Tanto fue así que, como el propio Dogomar contaba con orgullo, en la que ganó ante el brasileño Luiz Ignacio el título sudamericano, la recaudación fue mayor a la de un clásico entre Nacional y Peñarol que se había jugado pocos días antes.
También llego a llenar la Tribuna Olímpica, en otros memorables combates frente a grandes de la época como Hans Stretz, Willie Hoppner, o Atilio Caraune, y el Palacio Peñarol contra el gran cubano «Kid Gavilán», al que noqueó.
Se retiró a los 30 años, el 9 de mayo de 1959, luego del combate contra el brasileño Luiz Ignacio, siendo campeón nacional y sudamericano. Con un récord de 49 combates, 22 por KO, 3 perdidas y cinco empates. Otras notables victorias fueron frente a «Kid Cachetada» y Mario Díaz.
Durante la década del 50, hubo numerosos inscriptos con su nombre singular, todos hijos de cultores del deporte de los guantes. Dogomar recibió una propuesta de matrimonio de una admiradora brasileña por carta previo a una de sus últimas peleas y, como buen ícono cultural uruguayo, aparece en la letra de la canción «Brindis por Pierrot» de Jaime Roos. Y el «Canario» Luna canta: «No me olvido más del «Ñato» imitando a Dogomar».
El hombre de la historia de hoy fue homenajeado en múltiples oportunidades, pero recién el Estado le reconocería una pensión en 2009, por «un compromiso ético» hacia quien es considerado uno de los mejores deportistas uruguayos en los años cuarenta y cincuenta.
Tremendo boxeador, fuerte y técnico, además de buena persona. Trabajo hasta fines de la década del 80 en la DGI en el segundo piso del Palacio Salvó. Era portero y recibía a todos con una gran sonrisa y una cordial charla.
A partir del año 2006 participó como director técnico en el programa de la Presidencia de la República Knockout a las drogas. Durante la presidencia de Jorge Pacheco Areco ejerció como guardaespaldas presidencial. En 2011 fue nombrado presidente honorario de la Federación Uruguaya de Boxeo.
Y en el 2016, a los 86, el popular «Dogo» se fue a guantear allá arriba y a seguir conquistando el corazón de propios y ajenos, con su guapeza y coraje.
Su fuerza de voluntad y resistencia a los golpes lo convirtieron en el arquetipo del «guerrero charrúa»: rebelde, aguerrido, pesado, comprometido, guapo, y muchas veces heroico.
Su nombre llamaba la atención y sus puños, como se decía antes, hablaban por él. Fiel a como dice el tango “Dogomar”, con letra de Federico Silva y música de Luis Alberto Fleitas: «fue el campeón del pueblo, y es su historia, la de todos aquellos muchachitos que soñaron con triunfos».
LA LEY DEL DEPORTE