La idea de «La Ley del Deporte» es hacer una especie de «resarcimiento histórico» con los distinguidos. Con la expectativa de producir un efecto contagio. Todos somos capaces de alguna genialidad. Se necesita educación, pasión y una buena dosis de obsesión. Tenemos gente de cierta apariencia normal, que uno no hubiera «dado ni un centavo», y, sin embargo, de tozudas y entusiasmadas, tienen sus pechos y espaldas llenas de gloria y loor. Y a veces, en otros lados, son figuras mundiales…
Vicente Almandoz nació un 24 de diciembre de 1882 en Todos los Santos, La Rioja. Padre de origen árabe, minero, escribano y gobernador de La Rioja desde 1877 hasta 1880. Y su vieja Esmeralda Castro Barros era hija de un cura famoso de Tucumán.
Cuando muere el viejo, Vicente tenía seis años y se mudan a Buenos Aires. Estudió en el Colegio Nacional de Buenos Aires, luego en la Escuela Naval, la que abandonó por un entredicho con un superior, y sus inquietudes por la ciencia lo llevaron a cursar algunas materias en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. Eso lo empujo a construir su propio aeroplano, al que le llamó «Aeromóvil».
Como Francia era la pionera en la escuela de aviación, viajó hacia allá, a finales de 1913. Las extrañas piruetas que le hizo trazar a un avión, terminaron causando la admiración y hasta los aplausos de los oficiales franceses que, desde la tierra, lo observaban atentamente.
Lo que no sabían, era que Vicente Almandoz solo trataba de dominar el avión que le habían dado, como podía, y que su experiencia aún no era lo suficientemente buena para ser considerado un piloto.
A raíz de ese vuelo lo mandaron a hacer el curso de piloto. Y en 1914 se instaló en París. Un día se fue a hablar personalmente con el Ingeniero Eiffel, el padre de la famosa Torre Eiffel, para conocerlo y aprender de él.
Y el 10 de agosto de 1914, cuando estalló la 1ª Guerra Mundial, Vicente se enroló en La Legión Extranjera, o Los Aliados. Cuatro meses más tarde fue ascendido a Sargento. Varias veces fue alcanzado por proyectiles rivales. Muchas otras, con un ingenioso dispositivo inventado por él, hizo bombardeos nocturnos sobre objetivos remotos y difíciles.
Creó un aparato que le indicaba la estabilidad de su máquina y un sistema óptico para muchos de sus torpedos. Almandoz repite su vuelo nocturno, esta vez con plena carga de bombas, que descarga sobre posiciones alemanas. Al regresar, su comandante lo recibe ordenándole que entrene y conduzca una escuadrilla especializada en vuelos nocturnos.
En 1916 organiza una escuadrilla que se haría célebre por sus hazañas, y que estuvo equipada con aviones Farman, Breguet, y Sopwith. Sus horas en vuelos de combate superaron al millar, y termina la guerra con el grado de capitán, su pecho cruzado por las más altas condecoraciones francesas, entre las cuales estaba la «Medaille Militaire» y «Croix de Guerre», la Insignia de la Légion d’Honneur, y la Insignia de la Ligue Aéronautique francesa.
Cuando la guerra terminó, en 1918, tenía el grado de capitán de aeronáutica e innumerables misiones en su haber. En septiembre de 1919 regresó a la Argentina como un héroe de guerra. Volvió escoltado por un grupo de aviadores franceses y cuando arribó a Buenos Aires, una muchedumbre lo llevó en andas.
En 1920 realizó otra de sus hazañas aeronáuticas: cruzar la cordillera de los Andes de noche. El 20 de marzo partió de Mendoza al atardecer. El avión, al tocar tierra, quedó prácticamente destruido. Nuevamente, cuando regresó al país, una multitud que lo esperaba en la estación Retiro lo llevó en andas por la calle Florida. El periodismo ya lo llamaba «El Cóndor Riojano» o «El Cazador de Estrellas».
En 1927 fundó la empresa Aeropostale, un correo aéreo que conectaba diversos puntos del país, especialmente de la Patagonia. Y así se transforma en pionero de la aviación comercial en el país. Para ello contrató a viejos conocidos, entre los que se destacan Jean Mermoz y Antoine de Saint-Exupéry. Con el autor de El Principito fueron grandes amigos, a tal punto que el francés había alquilado un departamento cercano a la casa de Almandoz para así poder desayunar juntos todos los días.
Cuando estalló la guerra del Chaco, que desangró a Bolivia y Paraguay entre 1932 y 1935, Almandos se ofreció de voluntario para luchar por el Paraguay. Obviamente, fue recibido con los brazos abiertos. Era un héroe de guerra, piloto experimentado y prestigioso.
En Paraguay fue designado director general de Aeronáutica y organizó escuadrillas de caza, de bombardeo y de reconocimiento, pero sus consejos sobre la adquisición de nuevas aeronaves, lamentablemente no fueron tenidos en cuenta por los militares paraguayos y, luego de considerarse no escuchado en recomendaciones claves, presentó su renuncia y los abandonó a su suerte, que en lo aeronáutico no fue nada buena.
Aeropostale fue expropiada por el gobierno peronista, y Almandos Almonacid se retiró de la actividad. Había vuelto a rehacer su vida. Sin duda alguna, el más notable de los voluntarios rioplatenses fue el Mayor Vicente Almandos Almonacid, «El Cóndor Riojano». Sus características personales eran la sencillez, pues actuaba sin orgullo, y sin ningún tipo de «vedetismo».
En diciembre de 1932 se estrenó el film “En el Imperio del Chaco”, documental en blanco y negro de 55 minutos de duración sobre la guerra del Chaco, dirigida por Roque Fuentes, donde Almonacid participó interpretándose a sí mismo.
Tres tangos fueron escritos en su memoria: una milonga para piano de Agesilao Ferrazzano titulado “Almonacid”, el tango “Vuelo Nocturno”, de Domingo Salerno, y, sin dudas el más curioso, escrito en 1908 por la profesora de piano Ozélah de Smithe, durante el paso de Almonacid por Bahía Blanca, titulado “No seas… riojano, che”.
Apasionado por la poesía, en 1934 publicó el libro de poemas Estrofas, editado por Jacobo Peuser. En 1919 la revista El Gráfico dedicó por primera vez la tapa de su novel revista de interés general a una persona. Es su edición número 13, del 20 de septiembre de ese año, donde muestra a Almonacid, recién llegado al país comandando una comitiva de aviadores franceses, héroes de la recientemente finalizada Primera Guerra Mundial.
Vicente «El Cóndor» Almandoz, a los 38 años, se casó con Dolores Guiraldes. Con quien tuvo cuatro hijos: Vicente, Esmeralda, María y Ricardo. El gran piloto o aviador Vicente «El Cóndor» Almandoz Almonacid murió el 16 de noviembre de 1953 a los 71 años. Por expreso pedido del Estado francés, sus restos descansan en el panteón que este país posee en el Cementerio de San Isidro. En el ala derecha del Arco del Triunfo, en París, está grabado su nombre, por su notable papel durante la Primera Guerra Mundial.
Desde 1994, el helipuerto presidencial ubicado en la avenida Huergo y De La Rábida de la Capital Federal lleva el nombre de Vicente Almandos Almonacid. También lleva ese nombre, desde 1972, el aeropuerto de La Rioja. Y el Congreso Argentino lo incorporó como Capitán de las Fuerzas Aéreas.
Vicente Almandoz, debe servir de ejemplo para millones de argentinos que quieren hacer algo inmortal y duradero. Para despertar a aquellos espíritus dormidos y pasar a la acción. Y para darse cuenta, que con persistencia, pasión y paciencia, todo es imposible. Y que si vas a dudar de algo, duda de tus propios límites…
LA LEY DEL DEPORTE
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