La Pizzería El Reloj abrió donde hoy está el Supermercado Modelo de la terminal. Los originarios dueños, quienes hicieron las recetas, fueron Ethel y Conato Flaiban. Esa pareja eran los suegros de «Charli» Fasanelli y padres de Estela Flaiban. Ethel hizo las recetas, los amasijos, y enseñaba a los muchachos a cocinar, ya que era muy dotada en gastronomía, fundamentalmente haciendo panificados, conservas, y postres dulces. Mientras que Conato Flaiban hacía la caja, las compras, y cobraba. Ellos tenían un socio, casado con otra de las Flaiban, llamado Roberto Bruno Amorin, que luego se separó.Pasan los años y La Pizzería continua al mando de Ethel y Conato Flaiban, con el agregado de su yerno «Charli». Cuando ellos ya se ponen grandes, y «Charli» se va a Buenos Aires, a trabajar en la Joyería Fasanelli, venden la Pizzería El Reloj, a Valentín Johnston, de la inmobiliaria Johnston & Johnston. Quien no se anima a abrirla solo, y por eso invita a participar con él, a su socio, el conocido «Varela» Domínguez. Ellos la abren en abril de 1991. Estuvieron años, dándole continuidad a esas recetas exquisitas y queridas por los concordienses, también innovando, hay que decir que desde ahí nació la popular pizza Salto Grande. Continuaba, entonces, la historia y la leyenda de la pizzería más popular de Concordia, por excelencia. El Reloj se destacaba por la calidad de sus productos, su excelente atención, su ambiente familiar, la distinta decoración, y su relación precio-calidad, que lograron mantener a lo largo de la historia. Tanto es así que en «Concor», cuando se dice «el reloj», se piensa más en comer y que en la hora…Más tarde Varela y Valentín deciden separarse, y el primero se va al centro, en calle Pellegrini y 1 de mayo. En ese punto, Valentín empieza a hacer platos diferentes, con pastas, y carnes, y a traer bandas musicales para los shows de los viernes y los sábados.Con el transcurso del tiempo, esa zona se va quedando un poco aislada y fuera del circuito gastronómico de nuestra ciudad, solamente funcionaba bien en la temporada de verano, pero durante el año la peleaban nada más, y el invierno se lo «tenía que pasar»… como recomendaba Alsogaray. Entonces, Valentín decide alquilar el local a un famoso supermercado. Y, como no quiso quedarse sin hacer nada, pone la pizzería, en diciembre del 2010, en Juan B. Justo 418, hoy Gerardo Yoya, donde está actualmente. Pero solamente delivery y para llevar, y se queda con la zona de influencia del viejo local. En los últimos años, fundamentalmente durante la pandemia, comienzan a experimentar un crecimiento. La gente empezó a llamar mucho más, ante la imposibilidad de salir a cenar. El vecino, a los pesos que tiene, los usa para los pequeños placeres, y parte de eso es llamar a El Reloj de Valentín, que dentro de lo que es el rubro gastronómico termina siendo más económico que ir a comer a otro tipo de restaurantes. A los clientes le gustan mucho sus tartas, pizzas, y empanadas, y encima se las puede compartir. Ellos ya son una pizzería tradicional, histórica, con las mejores tartas, pizzas, empanadas, y lomitos de la ciudad. Con excelente atención, que da gusto recibir y pedir a «La Moni» Pozzi, siempre muy amable y amorosa. Y Valentín, hoy, es medio el «comodín», hace de todo lo que hay que hacer. Con tantos años manteniéndose, hubo un posicionamiento de la marca. El Reloj de Valentín lleva años, y a pesar de los vaivenes y dificultades que exceden a su manejo, siguen llevándola adelante «sobre sus lomos».Porque trabaja con materia prima de calidad, por el respeto a sus emblemáticas recetas, el cuidado de la técnica, y su excelente atención, logra que cada día el local cuente con productos exquisitos, recién elaborados, y listos para ser mandados. Y logra también, que la gente guste y mucho saborearlos.