La Ley del Deporte

ADMINISTRADOR DE EMPRESAS Y JUGADOR DE FÚTBOL MARTÍN «EL TUNGA» GUIDOBONO EN «LA LEY DEL DEPORTE» (3/2/24)

Una organización deportiva de vanguardia, una educación de calidad, un plan de estudios único, un entorno multicultural y abundantes oportunidades laborales y sociales son solamente algunas de las razones por las que muchos jóvenes quieren estudiar en los Estados Unidos. Eso lo encendió al invitado de hoy. Pero primero que nada, quiero decir que su papá “Pepe”, es productor agropecuario desde los veintiún años. Desde entonces, ha plantado ininterrumpidamente. Y durante décadas mi viejo ha sido su ingeniero agrónomo, y lo viene asesorando técnicamente.

Es más, su mamá, «La Cheche» Saure, es hija del ingeniero agrónomo Perdo Saure, quien fuera colega y amigo de mi abuelo, el rosarino Ludovico Müller. Hasta dice la leyenda que le presento a mi abuela concordiense María Esther Fuser en un «bailongo». O sea que, con el protagonista de hoy, nos unen vínculos de tiempos «prehistóricos».

El entrevistado se dedicó a jugar al futbol, e ir a la escuela, como tantos, hasta que las ganas de viajar,  aprender inglés, y encontrar su camino, increíblemente lo depositaron en una célebre escuela secundaria y en dos Universidades de los Estados Unidos. El sistema de becas, único en el mundo, le permitió combinar un nivel académico de excelencia con un deporte notablemente organizado. Es decir, la habilidad para desarrollar un deporte pudo financiarle su educación. Esta es una gran veta para los chicos que hacen deportes, saben inglés, y quieren conocer lugares extraordinarios. Este fue, estuvo, y la hizo. Repasamos su historia. Bienvenido querido amigo Martin «El Tunga» Guidobono a «La Ley del Deporte»:

«Hola «Jean Carlos» Müller, como andas «Lobito», que haces. Bueno te cuento, de chico vivíamos en Ramírez y San Luis, hasta que termine la secundaria. Iba a la escuela Capuchinos caminando, que me quedaba a cuatro cuadras, y andaba con todos los del barrio: «El Monito» Calero, «El Colo» Giacobino, «El Negro» Vilche, «Panchito» Díaz… Jugaba al futbol todo el día en la calle, cortábamos dos segundos cuando venía un auto, y seguíamos. O en la plaza Urquiza, en una canchita de quince metros por seis, entre hamacas y toboganes. Dejábamos las bicis tiradas a un costado, y jugábamos hasta que no veíamos nada».

«Ya más grande en el Estadio de calle Salta, en el Campito, que jugábamos todo el día. O en baldíos, y obviamente en la escuela Capuchinos. Una vez se hizo una selección en la escuela y jugué un campeonato Evita. Me vieron y me llevaron a Estudiantes. Recién ahí, empecé a jugar al futbol organizadamente, tenía once o doce años. No duro tanto, ni dos años. Hasta que me pegaron una patada fuerte en la cabeza, tuve una conmoción cerebral y se terminó el futbol en las inferiores para mí. Me rompieron el hueso, quede bizco, anduve sonámbulo, me dormía en todos lados, y hasta hablaba solo, estuve un tiempito complicado y preocupado». 

«En Capuchinos estaban los de siempre, «El Gato», «El Monito», «El Bolla», «Ale» y Juan Caminal, los que ya te nombre… una banda re grande, fui hasta tercero cuando me cambie al colegio Los Naranjos. Ya para ese entonces se cambiaba «Rulo» Bordoli, que lo conocía, ya había conocido a «El Narigón» que también iba… Estuve hasta cuarto y medio. Ya que después me fui de intercambio cultural a terminar la secundaria en los Estados Unidos. Me fui a AFS, donde se presentaban muchos chicos, tenías que ir a estudiar, saber algo de inglés, y sobre todo ser un digno representante, con cultura general, tuve entrevistas sobre  mi pasado, la familia, e historia en general. El que manejaba todo eso era «Pancho» Merro, ¿te acordas?».

«Te preguntaban si querías ir a Alaska, a una familia con dos hijos, en la montaña, padre leñador y madre ama de casa… no; un matrimonio de solteros en Colorado, por decirte, padre minero y mama psicóloga… tampoco. Y se presentó la posibilidad de ir a Piedmont, dije que sí. En la zona de la bahía de San Francisco. No sabes lo que era ese lugar. Ha sido elegido como el mejor para vivir. Con uno de los ingresos per capitat más elevados de los Estados Unidos. Desde el techo de mi casa se veía el Golden Gate y San Francisco».

«Para vivir ahí tenías que tener mucha guita, pero mucha. Gente millonaria. En mi familia el papa era abogado, la mujer enfermera, y dos chicos que vendrían a ser como mis hermanos. Y se pagaban muchos impuestos, que iban a parar, entre otras cosas, al sistema educativo. Por eso el colegio era de punta. Ahí se graduó Clint Eastwood. Todo eso era algo jamás visto por mí, mejor que las películas».

«Yo fui a aprender inglés, ahí nadie hablaba el castellano, por eso a los seis meses ya podía sostener una conversación. Y empiezo a jugar al futbol en el colegio, que era de los top nacionales en cuanto a nivel académico, donde salías muy bien relacionado para trabajar en lugares de privilegios. Y en esos comienzos de la igualdad, el futbol recibe toda la estructura de más de un siglo de educación que tenía el béisbol, el básquet, y el futbol americano. Con todas las comodidades y equipamientos de vanguardia, como por ejemplo un departamento de deportes, cuerpos técnicos completos, asesores, médicos, kinesiólogos, psicólogos, nutricionistas, profes, botines, alimentos, suplementos, tremendas canchas… Pero… ¡sin cultura futbolística y no había jugadores!». 

«Y yo en Argentina jugaba bien solo en el barrio, me sacabas de ahí y me mataban, me «pasaban por arriba». Pero allá no sabían, en el año 93, ponete en situación, nada de soccer. En un tiempo pre digital, el futbol recién estaba empezando. Y «en el país de los ciegos, el tuerto es rey»… Pase a ser la figurita del equipo y de la escuela, y me sentía un rey».

«Empezamos a ganar, a ganar, viajábamos a todos lados, en avión, nos seguía toda la gente de ahí, éramos reconocidos, y gracias al futbol, logramos cierto prestigio y un lugar destacado en la comunidad. Todo eso era ilusionante, adrenalinico,  y emocionante para mí. Y empiezo a mejorar futbolísticamente».

«Era la estrellita del colegio, jugábamos contra otros de la zona. En la historia del colegio, que era larga, habían ganado un campeonato solo una vez, cuando llegue yo lo hicimos de vuelta. Fuimos a los regionales y perdimos la semifinal. Fue todo un suceso histórico lo de esa campaña. Vivía un momento glorioso. En mi apogeo. Uno de los mejores momentos de mi vida, ¿te imaginas como había cambiado todo «Lobito»?». 

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«Vuelvo a la Argentina graduado en la secundaria de allá. Estoy sin hacer nada medio año en Concordia, error, mal, aburrido, me siento solo, perdiendo el tiempo, únicamente futbol y salidas… Y me voy a a estudiar a Buenos Aires, con «El Mono» Calero. Ahí ya me perdí. Tenía que hacerme todo, viajar para ir a la facultad, pagar alquiler, cocinar, subte, no me enganche con los estudios, casi ni iba, las clases no se me pasaban más. Hice abogacía y administración de empresas. Termine saliendo mucho de joda, y los finde iba a El Cuervo o a Galery».

«Me juntaba, bueno, nos juntábamos con «El Negro» Goñe, «El Hormiga», Matías Gonzales. Y ya con otras generaciones. Pero después cada uno hacia sus actividades y yo dormía quince horas por día. Estaba deprimido, desalentado, un fracaso total. No tenía fuerzas ni ganas ni entusiasmo para revertir eso. Me hundí, menos mal que le tenía miedo a las drogas pesadas, porque si no…». 

«Jugaba al futbol 5, futbol  7, en lo de Marangoni, o en los parques, ¿te acordas?… Futbol 11 en los countries… Pero a la facultad, ni iba al final, no me gustaba nada. Hasta que un día vi un artículo chico en La Nación, que decía que estaban reclutando jugadores para probarlos en un Campus de Soccer y poder estudiar en la Universidad de los Estados Unidos. Se me encendieron los ojos, y se me ilumino el día… Ese artículo me tenía que sacar de ese pésimo momento».

«Y yo me había identificado con esa vida cuando fui a la secundaria. Sabía todo como era. Entonces me fui probar. A un paraje en provincia, me tome dos colectivos, el tren, más cuatro cuadras caminando, y ahí estaba la gente de esta agencia. Jugamos al futbol y quede para ir a probarme allá. Tuve que pagar eso, fue fácil, era un negocio, pero el ingreso real me estaba esperando allá».

«Me llevan a una Universidad muy cerca de San Luis, Missouri, donde reclutaban gente los entrenadores de esa zona. Ahí el nivel era más alto que el mío. Gente que jugo en la primera de sus países, o hasta en selecciones juveniles, no se… de Honduras, Guyana Francesa, Ucrania, por decirte. Pero había otras variables a tener en cuenta: alguna gente sin inglés, sin cultura de estudio, con familia, tenían pretensiones económicas muy altas, y eran exigentes a la hora de negociar. Y yo no, yo me iba a quedar a como dé lugar. A mí de ahí no me movían. ¿Dónde iba a ir? ¿A Buenos Aires a dormir quince horas por día?». 

«En ese campus jugué muy bien. Anduve bárbaro. Me ofrecieron una beca en una universidad linda pero muy chica, de la zona. En Union, Missouri. ¡Había vuelto! Estuve dos de mis cuatro años, luego llega «Tati» Barbeito, que andaba deambulando en Argentina y le gustó la idea. Fue como una gran recuperación».

«El fútbol en las universidades es un concepto muy diferente a lo que conocemos en Argentina, donde no hay deportes de alto rendimiento en la Universidad. Y el nivel en College es muy competitivo, como a una tercera en el torneo argentino, y uno va progresando con el correr del tiempo. La preparación física es al más alto nivel. Aunque no es lo mismo, porque allá haces las dos cosas a la vez, estudias y jugas al fútbol y todo en el mismo campus. Tenes que tener mucha disciplina». 

“Una de las fuentes de ingreso para poder estudiar sino es laburo, el deporte, o tu papa, es un buen nivel académico. Entonces me concentre en tener muy buenas notas así podía pasar a una mejor Universidad. Con un papel del director que decía que era muy buen alumno, del tecnico que escribio que jugaba bien al futbol, con buen primer toque, estratega, que se yo, tratamos de entrar como sea en otros lugares. Debemos haber mandado al buzón, con «Tati», como mínimo 50 cartas, más los llamados telefónicos”.

«Yo quería Hawaii, California, Florida, vivir el verano, y allá en San Luis nos congelábamos en invierno y nos derretíamos en verano, era rural y un clima muy duro. Por eso empezamos a buscar nuevas oportunidades, hicimos toda la logística con «Tati», y nos fuimos de San Louis hasta West Palm Beach, en una semana, frenando donde habían pruebas y evaluaciones de fútbol, nos decían te ofrezco 30 % de la carrera, el otro el 50 %, y así. Hasta que quedamos en Palm Beach, Florida. En un paraíso donde vos una vez fuiste».

«Tuve suerte, allá buscaban uno como yo, anduve bárbaro, y me ofrecieron el 100 % de la carrera. Ahí, en West Palm Beach hicimos los dos últimos años de Universidad. Una facultad más grande, más linda, y el nivel futbolístico era muy superior. Me recibí de Administrador de Empresas. Se me ocurrió dedicarme al negocio del futbol, obvio. Era un negocio que estaba en expansión, sobre todo en otros mercados».

«Pensé en quedarme en Estados Unidos y ser entrenador, ser representante, pero lo que pasa es que tenes que tener mucha fuerza, tener muchas ganas, mucha garra. Pero mi proyecto terminaba ahí con el título. Me hubiera encantado, ahora con esta cabeza, digo, que lastima no me hice un curso de esto, no hice lo otro. Y una cosa te lleva a la otra, y por ahí, quién te dice, si yo tenía otras herramientas, no tenía que ir a pelearme a los codazos. Me gustaba el fútbol. En mi cabeza, el fútbol fue un medio, siempre fue un medio, no fue la finalidad».

«Otra experiencia determinante fue en la facultad de los Estados Unidos, todos los veranos del hemisferio norte, yo me quedaba en el campus a hacer unos mangos. ¿Y cómo hacía los mangos? Bueno, había una empresa de latinoamericanos que usaba el campus durante todo verano, para venir y aprender inglés. Se hospedaban ahí, que estaba vacía. Y necesitaban gente, o sea, que les enseñe, que los lleve, que los ayude si tenía alguna dificultad o intención. Los fines de semana nos íbamos a Disney o a algún parque. Era una especie de coordinador. Esos veranos a mí me gustaron mucho, la pasaba muy bien. Estaba tranquila la universidad. Los asesoraba, los introducía. Me gustó esa onda».

«Cuando termina toda esa vida idílica, me voy a Miami con los pibes. Trabajaba en OCASA, dentro del ámbito de la logística internacional, buscaba clientes corporativos y los atendía. Para que manden paquetes internacionales. Gente, mayormente argentinos o latinos, mandaba sus paquetes, hacía base en Miami, y de ahí salían a la Argentina, a Uruguay, a Paraguay. Vivía con «El Gordo» Politti, «Juano» Delgado, y «Ale» Garat. Después «El Gordo» se va a Hawaii y queda «Juano», y sin su mano derecha, también se nos va a la isla». 

«No sabía qué hacer en Miami, y me vuelvo a Argentina, con el miedo de los viejos monstruos y fantasmas. Empecé a trabajar rápidamente así a la cabeza la tenía ocupada. En Wal-Mart, pero no me gustaba. Venía de West Palm Beach, y pase a hacer horario allá en el conurbano… Mmmm… Wal-Mart está en San Martín. Tenía que tomarme el colectivo, o tren y colectivo, caminar no sé cuántas cuadras, de traje, volvía a las veinte. No veía una, sentado en una computadora todo el día. Tenía posibilidad de escalar, qué sé yo, pero precisaba otra cosa «Lobito»».

«Entonces, estaba «a la pesca» y en ese momento, el colegio San Antonio, que era un rubro que a mí me parecía interesante, me gustaba, porque yo ya lo había re tocado, necesitaba un encargado. Mis viejos eran socios de ahí. Fue un desafío empresarial, pero con un adicional que a mí me gustaba mucho, que era «perdido por perdido». O sea, el colegio medio que cerraba. Eran cinco socios: marido, mujer e hijos, todos involucrados. Donde la mujer era maestra, el padre atendía la tecnología, el otro era el tesorero… Todos opinaban. Todos, o sea, diez padres y hasta los hijos».

«Nadie se quería hacer cargo. Un negocio que no daba plata, que tenía muchas responsabilidades, porque en cualquier momento te hacían un juicio y había que salir a poner plata. O no había alumnos suficientes para bancar y había que cerrar, indemnizar docentes. Entonces, lo que pasó a ser una idea para que los hijos de los socios tengan una educación distinta, en ese contexto, no había nadie que agarre el colegio. Entonces, me llamó a mí uno de los socios».

«Me vine, por «dos mangos». Pero ya arrancaba trabajando, que era calve para no venirme a pique, estaba en la casa de los viejos, no tenía que pagar el alquiler, me prestaban el auto, volvía a Concordia, entonces era un arranque distinto, y con expectativas de crecimiento. Estaba entusiasmado y con todas las ganas. Tenía libertades, ya que ellos me llamaron porque tenían muchas batallas internas, que no se podían resolver. No se ponían de acuerdo en las decisiones que había que tomar. Imaginate diez personas para ponerse de acuerdo: ¿compramos un pizarrón? ¿Contratamos alguien más? ¿Invertimos en esto?».

«Al principio aprendí mucho, tuve muchas responsabilidades que no me di cuenta que las tenía, y ahora me doy. Sabía lo que era el sistema educativo a nivel colegio. Porque yo en un colegio de Estados Unidos me recibí. Y luego en la Universidad, y hasta trabaje. Todo ese bagaje de herramientas era mi referencia para manejar ese barco. Mi pasado me dio seguridad, y era de donde yo me agarraba. Mi pilar era ese, y aparte, venía con conocimiento de negocios, de administración de empresas, y un poco por ignorancia o por inconsciencia, los atropellé. Y ellos necesitaban a alguien que los atropelle».

«Entonces, con esa historia, con ese combo diferente, tenía que arremeter. Decidí que debíamos sostener los pilares fundacionales, cueste lo que cueste. Seguir siendo un colegio bilingüe, con mucho deporte, doble turno, donde había que hablar en inglés siempre y salir hablando inglés. El colegio ha crecido mucho. Es un colegio que le falta muchísimo por crecer, pero no va a crecer más de lo que Concordia pueda crecer. Es un mercado limitado en ese sentido. Y tiene un gran inconveniente, le cuesta conseguir recursos humanos. Y, bueno, imaginate, un profesor de biología que hable en inglés, que venga a dar la clase en inglés, y que encima no viva de esto».

«El colegio les da también contención. Es doble turno. Nosotros agarrábamos la bicicleta, y nos íbamos a andar en bicicleta, o nos tiraban en el club, y vagábamos toda la tarde por ahí. Hoy eso no sucede, ahora la gente tiene miedo, y el ámbito es otra cosa. No hay gurises solos en la calle. Es raro ver eso. El Colegio también fue una solución para ese tipo de familias».

«Futbolísticamente tuve algunos llamados de gente de clubes de primera de acá de Concordia. Pero la verdad es que todas las personas con las que hablaba me tiraban abajo. ¿Qué vas a hacer ahí? A que te maten a patadas, y yo andaba de un lado para el otro, enfocado en este emprendimiento, viendo por donde «saltaba la liebre»… Fue una cuenta pendiente, pero ya está, juego en el club Profesionales, donde empezamos juntos te acordas, y todavía sigo… Es mi momento para «despuntar el vicio», con amigos como Mariano Durbano, «Ricky» Kobrinsky, y «El Colo» Boudot , entre otros. Actualmente somos bi campeones con el viejo equipo de los Ingenieros, e invictos. Aún conducidos por Adrián «El Tigre» Montenegro». 

«Hoy disfruto de mis dos hijos, Juan Martin y Josesito, que van al «San Antonio», y sigo yendo los miércoles al «Deck» con los amigos de la infancia. Y jamás deje de jugar al futbol, es «mi cable a tierra». Apenas llegue arrancamos con vos en Ingenieros, y ya hace como veinte años, «Jean Carlos», que aún estoy ahí. Es como quizás para vos el triatlón. El que tiene cultura de deporte, necesita involucrar la actividad física en su rutina, y punto. Eso es innegociable. Después, vos irás al gimnasio solamente, o saldrás a trotar solamente, o al tría, o jugarás al tenis. Por ahí, la vara mía no es tu vara. Vos realmente no podes estar sin hacer actividad física, y yo puedo estar tres días sin, pero no puedo estar diez. Ya que siento el malestar y la pesadez. Y al fútbol lo juego una o dos veces por semana, porque también en campeonatos comerciales, con «tremenda banda».

Muchas gracias «Tunga» por tu gran disposición para hacer la nota. Siempre un «venite a la hora que quieras «Lobito». Impresiona como se acuerda de todo y lo bien que lo expresa, como un señor director. Bastante de todo esto lo había visto y oído, porque mucho tiempo hemos compartido. Y me parecía una historia súper inspiradora para los «gurises» que un día debía contar. Acá la moraleja es, pienso yo: «Si estas estancado, sintiéndote mal, desanimado, o simplemente solo te gusta hacer deportes y hablas algo de inglés, proba irte al norte del mundo, abrí el «termo», que tu vida cambiara mucho. Y probablemente encuentres algún «oasis» en este mundo. Luego volves, o no, a la tierra que te vio nacer. Eso lo verás después».

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