La Ley del Deporte

¿QUIÉN FUE EL BOXEADOR ARGENTINO PESO PESADO PABLO ALEXIS MITEFF?

Pablo Alexis Miteff nació en Ma­ría Te­re­sa, en la pro­vin­cia de San­ta Fe, en el año 1935. Lue­go la fa­mi­lia se fue a la Ca­pi­tal. Se crio en Hi­pó­li­to Yri­go­yen y Al­ber­ti, en el porteño barrio de On­ce. Y andaba siempre por la zona del Mercado Ciudad de Buenos Aires, conocido como Spinetto, barrio de Balvanera.

A los diez años sa­lió a la ca­lle a lus­trar za­pa­tos y a ven­der dia­rios, sin sa­ber to­do lo que le es­pe­ra­ba. Su vi­da en­con­tró una ra­zón de ser cuan­do sus pa­sos lo lle­va­ron unas cua­dras más: a Cas­tro Ba­rros 75. Allí se le abrie­ron las puer­tas del gim­na­sio de la Fe­de­ra­ción Ar­gen­ti­na de Box y co­men­zó a en­tre­nar­se. Su maes­tro y úni­co mentor fue Víc­tor Ar­no­ten, un hom­bre del­ga­do y de fi­no bi­go­te que gus­ta­ba de es­tar siem­pre bien ves­ti­do.

Mi­teff, ya adolescente y con­ver­ti­do en bo­xea­dor, cer­ca­no a los vein­te, era un pe­so pe­sa­do chi­co. Ha­bía arran­ca­do en unos 65 ki­los, se de­sa­rro­lló has­ta los 70, y si­guió cre­cien­do. Se nu­trió le­yen­do las his­to­rias de Cé­sar Brión, es­tu­pen­do pe­so pe­sa­do que, si­guien­do los pa­sos de Luis Án­gel Fir­po, Jor­ge Bres­cia y Vic­to­rio Cam­po­lo, en­tre otros, ha­bía in­ten­ta­do la glo­ria en la ciu­dad de los ras­ca­cie­los, la gran Nue­va York, New York.

Era fá­cil pe­lear to­dos los vier­nes si uno te­nía gran atrac­ti­vo. Y Pa­blo Ale­xis lo te­nía. Pres­tan­cia, pin­ta y buen bo­xeo. To­dos in­sis­tían en que el pi­be iba a lle­gar le­jos si se­guía así. Era un peleador, con técnica y pegada. El gancho al hígado le salía «como si nada». Alexis de­mos­tró que aque­llos que creían en él te­nían ra­zón. Ga­nó el cam­peo­na­to Pa­na­me­ri­ca­no Mé­xi­co 1955, ya ins­ta­la­do en la ca­te­go­ría pe­sa­do. Nacía el sueño de otro peso pesado argento.

Y co­mo pa­ra que a su his­to­ria no le fal­ta­ra na­da, apa­re­ció Hy­mie Woll­man, un nor­tea­me­ri­ca­no dis­pues­to a lle­vár­se­lo a la ciu­dad de los ras­ca­cie­los. Se fue de la Ar­gen­ti­na el 17 de abril de 1956. Es­ta­ba lle­no de ilu­sio­nes. Te­nía 21 años, cum­pli­dos el 25 de mar­zo. De­ja­ba atrás una es­tu­pen­da cam­pa­ña de 140 pe­leas co­mo aficionado, de las cua­les ha­bía ga­na­do 126, em­pa­ta­do 11 y per­di­do solo 2. Sus 90 vic­to­rias an­tes del lí­mi­te de­ja­ban bien en cla­ro que, ade­más, te­nía pe­ga­da.

A Woll­man, ya le ha­bía ido bien guian­do a Cé­sar Brión. Así que ape­nas llegó, lo pre­sen­tó co­mo “la nue­va sen­sa­ción de los pe­sos pe­sa­dos”. Que por ese en­ton­ces era rei­na­do por Floyd Pat­ter­son. Tal vez no fue­ra gran­do­te pa­ra pe­so pe­sa­do, pe­ro bo­xea­ba muy bien. Me­día 1,85, un po­co más al­to que Ty­son y ron­da­ba los 92 ki­los, co­mo Jack Demp­sey. A di­fe­ren­cia de am­bos, era más peleador es­ti­lis­ta que de­mo­le­dor.

Acom­pa­ña­do por la mi­ra­da be­né­vo­la de pe­rio­dis­tas nor­tea­me­ri­ca­nos y argentinos, em­pe­zó a cre­cer. Su­mó 12 vic­to­rias al hi­lo. Uno de los combates más recordados de Miteff, fue frente al cubano «Nino» Valdez. Fue su salto a la fama apenas llegado a los Estados Unidos. Ganó por puntos en el Madison Square Garden de Nueva York.

En 1957 per­dió por no­caut con Mi­ke de John. Pe­ro fue en el pri­mer round, un gol­pe de suer­te, un ac­ci­den­te que le pa­sa a cual­quie­ra. Mi­teff tenía un ex­ce­len­te gan­cho de iz­quier­da y un buen jab y, co­sa muy im­por­tan­te, ca­paz de aguan­tar gol­pes fuer­tes, aun­que pa­re­cía fá­cil blan­co pa­ra los gol­pes de de­re­cha.

Ca­da una de sus pe­leas, co­mo en las pe­lí­cu­las, iba pro­du­cien­do ar­tí­cu­los de ma­yor ta­ma­ño en los dia­rios. Se in­for­ma­ba de ca­da en­cuen­tro co­mo si se es­tu­vie­ra for­man­do una no­ve­la por en­tre­gas. Y los ti­tu­la­res au­men­ta­ban con sus vic­to­rias. No to­dos fue­ron triun­fos. Se cor­ta­ba muy fá­cil­men­te y así ca­yó an­te Zo­ra Fo­lley  en 1959 y Billy Hun­ter dos ve­ces, en 1960.

Sin em­bar­go, an­te la tras­cen­den­cia de sus en­cuen­tros, la Fe­de­ra­ción Su­da­me­ri­ca­na lo con­sa­gró cam­peón de ofi­cio en 1960. Ese año el Lu­na Park lo con­tra­tó pa­ra que, por pri­me­ra vez, ex­hi­bie­ra sus mús­cu­los co­mo pro­fe­sio­nal en la Ar­gen­ti­na. Fue to­do un acon­te­ci­mien­to. Pe­leó con­tra Jo­sé Geor­get­ti, «El Gi­gan­te de Que­quén» o «El Bo­xea­dor Mi­llo­na­rio». Le decían así por qué el año an­te­rior Geor­get­ti ha­bía ga­na­do la lo­te­ría y se ha­bía lle­va­do una for­tu­na. Era el cam­peón ar­gen­ti­no de los pe­sa­dos, pe­ro la pe­lea no fue por el tí­tu­lo.

El Lu­na Park se lle­nó tan­to que se hi­zo una re­cau­da­ción ex­traor­di­na­ria de 1.547.260 pe­sos: pa­sa­ron mu­chos años has­ta po­der que­brar­la y, co­mo no po­día ser de otra ma­ne­ra, Mi­teff ga­nó rá­pi­da­men­te. En solo dos round le dio una tre­men­da pa­li­za a Geor­get­ti que, al la­do su­yo, pa­re­cía fue­ra de es­ta­do. Lo que pa­sa es que Pa­blo te­nía un fí­si­co es­pec­ta­cu­lar y ve­nía de un ni­vel pro­fe­sio­nal al­tí­si­mo.

Sin em­bar­go, al­go se que­bró, al­go no fun­cio­nó en la his­to­ria má­gi­ca, fal­tó la gran vic­to­ria. Per­dió con Ed­die Ma­chen, en Nue­va York, y con Henry Coo­per, en Lon­dres. Y, pa­ra col­mo, en­fren­tó un 7 de octubre de 1961 a un Cas­sius Mar­ce­llus Clay, luego convertido en Mohamed Alí, en ple­no as­cen­so, en su casa de Louisville, Kentucky. Que le ga­nó por no­caut téc­ni­co en el sex­to round. En 1962 tuvo un pa­pel bas­tan­te im­por­tan­te junto a Clay en una muy bue­na pe­lí­cu­la de bo­xeo, «Ré­quiem pa­ra un lu­cha­dor», di­ri­gi­da por Ralph Nel­son e in­ter­pre­ta­da por Ant­hony Quinn.

En 1966, cuan­do ya Os­car Bo­na­ve­na em­pe­za­ba un nue­vo ci­clo y lle­va­ba dos años de pro­fe­sio­nal en Nue­va York, Mi­teff vol­vió a la Ar­gen­ti­na. Y le ga­nó a Ale­jan­dro Ga­llar­do en Ro­sa­rio. En 1967, an­te Jerry Quarry, per­dió por no­caut en el ter­ce­ro en Los Án­ge­les. Ya no era lo que ha­bía si­do. Las he­ri­das eran un mar­ti­rio y cuan­do ca­yó an­te Ray Bay­ley le die­ron 16 pun­tos de su­tu­ra. Es­a fue la úl­ti­ma go­ta que de­jo so­bre un ring.  Y en­ton­ces aban­do­nó de­fi­ni­ti­va­men­te. Que­da­ban en la his­to­ria sus 25 pe­leas ga­na­das, 15 per­di­das, un em­pa­te y 15 no­cauts a fa­vor.

Se ha­bía ca­sa­do en la Ar­gen­ti­na, via­jó es­pe­cial­men­te pa­ra ha­cer­lo, pe­ro se que­dó en Nue­va York. Tu­vo tres hi­jos. Com­pró una li­mu­si­na y se de­di­có a los tras­la­dos al ae­ro­puer­to des­de los gran­des ho­te­les, y viceversa, es­pe­cial­men­te el Hil­ton. Y a hacerles «City Tours» a la gente. Andaba mucho en la calle de «La Ciudad que Nunca Duerme».

Falleció en el 2016. Fue el predecesor de Cesar Brión, y el antecesor de Óscar Bonavena. En el medio de ambos, es donde se metió en la historia grande de nuestros pesados. Y que­dó co­mo un mis­te­rio­so ico­no pa­ra los afi­cio­na­dos, que po­cas ve­ces lo vie­ron pe­lear acá como rentado; pe­ro que lo ad­mi­ra­ron por ha­ber es­ta­do en el ranking mundial du­ran­te cin­co años. Nun­ca más vol­vió a la Ar­gen­ti­na. Se radicó en Man­hat­tan, cer­ca del Cen­tral Park, y siempre fue una es­pe­cie de enigma y le­yen­da pa­ra to­da una ge­ne­ra­ción de los que aman el box.

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