Gustavo Ballas (105-9, 29 KO) nació un 10 de febrero de 1958 en Villa María, Córdoba. Fue abandonado por su madre, por eso nunca tuvo alguien que lo mandara a la escuela y le dieran una educación convencional. Por eso se ganaba la vida siendo vendedor ambulante y lavando copas en su Villa María natal. Con eso, él ayudó en cuanto pudo a su laburante padre. Y así salir adelante. Como tenía picardía y simpatía para vender por la calle, lo bautizaron «Jaimito».
Pero no «era vida» eso de trabajar todo el día en la pizzería, limpiando cacharros, para luego gastarse el dinero con otros muchachos en porros y alcohol. Por eso, siendo adolescente, tomo una gran decisión, que lo iba a cambiar todo: aprender a boxear con el maestro Alcides Rivera.
Para Ballas, el boxeo no solamente fue un deporte o una forma de vida, sino también la única «bala» o posibilidad de escaparse de la calle, del frío y del hambre. Sus condiciones eran tales que el propio Rivera, después de enseñarle durante dos años, se lo mandó al entrenador de Nicolino Loche: «Don Paco» Bermúdez. Para que en Mendoza lo terminara de «moldear». Y allí se transformó, tal vez, en la más perfecta obra maestra del maestro cuyano. Algo de Cirilo y Nicolino en una batidora, y salió Gustavo Ballas.
Ballas debuta a los 18 años un 1 de diciembre de 1976 ganándole por KO en el quinto a Raúl Anchagna en Mendoza. En su séptimo combate, al año, debuta en su Villa María natal, ganándole por puntos a Alberto Martín.
Pelea todos los meses intercalando Mendoza y Villa María y a cada rato. Su ascenso fue velocísimo. Hasta que debuta con veinte años en el Luna Park de Buenos Aires ganándole por puntos a Jose Roque Ibiris un 21 de octubre de 1978. Era el sueño del pibe.
Ya el 2 de febrero del 79 fue probado a fondo en Mar del Plata, ganándole a Miguel Ángel Lazarte. Todo fue demasiado abrupto. Ballas sigue ganando y gustando en Mendoza y Villa María, donde la gente enloquecía y se enamoraba. El 3 de noviembre del 79 le gana por puntos en el Luna al inmenso Santos Benigno Laciar, luego al venezolano Rigoberto Marcano, al paranaense Rodolfo «El Tanquecito» Rodríguez…
Mostraba virtudes olvidadas: la guardia siempre bien armada desde las sienes hasta las costillas, jab de zurda impecable, el gancho perfecto y seco, salidas laterales elegantes, con rápidas descargas, para recomponer la línea y quedar de frente para el contraataque.
El 4 de octubre del 80 supera al panameño Rafael Pedroza en el Luna, a Alfonso «El Tractor» López… El 9 de mayo del 81 le gana la eliminatoria mundialista al japonés Jackal «El Chacal» Maruyama por KOT 11.
Hasta que el 12 de septiembre de 1981, con solo 23 años e invicto, se consagra campeón del mundo Supermosca de la Asociación Mundial de Boxeo. Tuvo su noche de gloria, cuando le ganó por KO 8 a Suk Chul Bae, en el Luna. Con 52 kilos y piernas de bailarín clásico, que jugaban en el ring como pocos podían hacerlo. La gente se enamoró perdidamente de él.
El Luna Park fue una fiesta, el público lo aclamó de pie, la catedral lo consagró como un ídolo, y este duende de cálida sonrisa, palabras amables y gesto amistoso, se les alojó en el corazón. Su boxeo elegante mezclaba esquives, quiebres de cintura, desplazamientos laterales. Se defendía de manera perfecta y pegaba con justeza. Cherquis Bialo lo retrato como «un boxeador osado, geométrico, desafiante y sereno. Que seducía al público coronando todo con una pícara y fresca sonrisa».
Con el tiempo empezó a desoír a los que lo querían ayudar y a oír a los amigos de turno, a invitaciones que están prohibidas para el deporte, y que no se hacen con frecuencia en la vida. Por eso Ballas perdió el título en su primera defensa, ante el panameño Rafael Pedroza, y no hizo historia como campeón supermosca.
Después sigue ganando, pero luego saliendo mucho y le costaba todo más. Era uno de «los dueños de Buenos Aires». Tenía «las llaves» y «cerraba» los boliches. Creía que era «uno más de la farándula noctámbula».
El 13 de diciembre del 85 le gana por KOT 5 al concordiense Ramón «Nico» Albers, luego lo supera por puntos el 14 de marzo del 86. El siempre volvía y no perdía la fe en regresar a los primeros planos. Porque talento tenía como nadie. Hasta que el 14 de noviembre del 86 se consagra campeón sudamericano Supermosca venciendo por KOT 6 al brasileño Paulo Ribeiro. Al final gano muchas, pero nunca más tuvo una chance mundialista. Seguía luciendo su jab izquierdo, y sus variantes de ganchos y cross, pero lo hacía en una «marcha menor».
Mis amigos veteranos siempre recuerdan los relatores radiales, con Osvaldo Caffarelli, Bernardino Veiga y Ricardo Arias, que musicalizaban sus maniobras, los comentarios de «El Gordo» García Blanco y de Ulises Barrera, y las crónicas y opiniones de La Nación y Clarín, escritas por Carlos Losauro y Horacio Pagani.
Sin embargo, «El Dandy del Boxeo»como lo apodó el periodista Enrique Martín, lo perdió todo por su adicción a las drogas. Salía, se perdía, se quemaba toda la plata y hacía «desastres». Las hizo a todas: alcohol, drogas, se agarraba todos los días a trompadas, y hasta robaba.
«Jaimito» deambulaba por las calles de Buenos Aires, perdido, ansioso, nervioso, paranoico, mangando, esperando que alguien lo reconozca para pedirle una ayuda para comer, pero era para consumir «anestesias venenosas para el alma».
El boxeador que tuvo en sus manos el último tiempo glorioso del Luna Park, años después, los amarillentos titulares de la prensa estremecieron y angustiaron al país entero. Cuando contaban «sin tomar carrera» que el ex campeón del mundo Gustavo Ballas había sido detenido por asaltar un taxi con un tenedor.
Ballas parecía hundirse en un pacto con el diablo y ahogarse en lo más bajo de la vida. Abrazado a «San la Muerte». Se cerró, no pidió ayuda y quedo solo, triste y abandonado. El único que lo visitaba era el taxista al que le había robado. Porque para él, Ballas era lo máximo, hasta le llevaba las viandas. La cárcel de Caseros le significó un castigo muy duro. El camino para sobrevivir en la tumba, le exigió mucho más coraje que los 120 rivales que debió enfrentar.
La vida, al igual que el boxeo, da revanchas. Y el doctor Jorge «Lalo» Rodríguez, un abogado de Villa María, le dejó una frase que lo marcó: “Vos vas a tener una segunda oportunidad”. Y la gente de su pueblo, pagó la fianza. Cuando salió de la tumba le hicieron un homenaje en la plaza. Él no lo sabía, pero toda la recaudación iría para él. El estadio estaba repleto y cuando lo nombraron no quería ni salir, tenía vergüenza, e impotencia.
Era un drogadicto, un alcohólico, y ya no más un campeón. Pero se llevó la sorpresa más agradable de su vida. Todos de pie gritando «dale campeón»… La gente lo amaba igual. Y ahí se juró ser otra persona, y no volver a defraudar.
Su gente lo ayudó a que iniciara un tratamiento. Su recuperación comenzó con una internación por ocho meses en el Hospital Regional de Bell Ville. Luego, con el apoyo del gremio ATILRA, logró capacitarse en la Universidad de El Salvador como Socio terapeuta en Adicciones y formó un grupo de profesionales para ayudar a personas que padecen el flagelo de la droga y del alcohol. Esta tarea la había comenzado, sin haber completado la escuela primaria. Hecho que se produjo en el 2017.
Todos los días se encarga de recibir a muchos pacientes con los que charla y le cuenta su experiencia, de lo que no se debe hacer, de lo que vivió él, y los aconseja y guía para que tengan una vida más plena y sana.
Es un agradecido de quienes estuvieron en los peores momentos, sobre todo de su esposa Myriam «La Tana» Ballas, la madre de su hijo Gustavo Adolfo. Ella viajaba por el mundo, era la señora del campeón, y cuando le fue mal, salió a limpiar casas. Estuvo en lo poquito que duró lo bueno y en lo mucho que la tuvieron que pelear.
Hoy es feliz, ayudando, y previniendo. Dándole herramientas para que tomen otros caminos. Y siente mucha satisfacción por los resultados. Ya que no tiene dudas de que nació para eso. Tiene la experiencia, la cárcel, el aula, la calle, la parla, y las condiciones naturales para llegarles al corazón. Como lo hizo con «la popular del tablón». Y eso no se compra en una facultad…
Conoció el cielo, el infierno, se esforzó, se recuperó, estudió, se preparó, y hoy está dejando su mensaje más que alentador. Tuvo una evolución que nos lleva a escucharlo atentamente y absorber cada una de sus sabias palabras.
Este excampeón mundial supermosca ya logró un título que vale mucho más que aquel mundial. Lejos de los cuadriláteros, aunque siempre con la guardia en alto, transformó su destino en una pelea constante. Tras quince años con la enfermedad que lo extinguió como boxeador, el hombre disfruta de su presente y no se avergüenza en hablar de lo que vivió. Todo lo contrario, sus recuerdos los aprovecha como fortaleza y estímulo. Y para advertirles a otros de la gran trampa que es el consumo de drogas para aliviar «los males». Porque la vivió, la padeció, y se recuperó, nadie debería desestimar, y escuchar todo eso que le paso.
Quien puede recordar, sentir, emocionar, pensar, y contar esas historias escalofriantes en primera persona… y «llegarle» al corazón a los demás… para prevenirlos de consumos problemáticos, le ha ganado a su más endiablado rival: a él mismo. Hoy es uno de los más grandes ejemplos de lucha, resiliencia y vida, de nuestro querido y glorioso boxeo, y de nuestra amada Argentina.
LA LEY DEL DEPORTE